

Entre ambas fechas los salteños hemos celebrado 27 fiestas del Milagro, peregrinando por estas mismas calles, alrededor de estos mismos edificios, en torno a estos mismos lugares que, desde el San Bernardo, exhiben idéntica mejestuosidad y parecen haber cambiado bastante poco.
Las semejanzas y diferencias entre ambas instantáneas motivarán, seguramente, que muchos comprovincianos piensen que el "milagro salteño" (con minúsculas) consistió en el gran crecimiento vertical de nuestra ciudad, con sus elevadas moles hoteleras y sus antenas celulares como estandarte.
Otros, pensarán que "milagro" (otra vez con minúsculas) fue el haber conseguido a duras penas conservar nuestra ciudad casi intacta, a pesar de la fiebre hotelera, de la decadencia y de la generalización del mal gusto: esos otros terremotos de los que buenamente también nos protegen nuestros Patronos.
Pero después de todo lo que hemos vivido en estos 27 Milagros pasados (represiones, guerras, hiperinflaciones, convertibilidades y devaluaciones), el verdadero milagro es que estemos vivos y que podamos tener el privilegio de ver la ciudad desde el cerro con el mismo orgullo de siempre. Que a pesar de algunos callos del alma todavía seamos capaces de emocionarnos con una ciudad, vital y palpitante, a tono con una festividad tan extraordinariamente hermosa como lo es nuestro Milagro.